domingo, junio 25, 2006

Instrucciones para zamparse un bocata.
Imagínense que estamos cruzando el desierto, achicharrados de calor y con la lengua fuera de pura sed. Imagínense tambien que llegamos a un oasis donde hay un torrente rebosante de agua pura y cristalina, lleno de palmeras con dátiles y árboles con otros frutos tentadores. En el oasis en cuestión, quizás haya una especie de rio con peces y otros animales acuáticos con los que poder saciar el hambre suponiendo que uno haya conseguido ingeniarse el modo de poder pescar. O, Quizás haya otros animales terrestres con los que poder completar la dieta- vegetarianos, abstenerse de leer este artículo, puede herir vuestra sensibilidad-. Imáginense todo eso. No obstante, debido a que el cuerpo humano tiene una proporción bastante importante de agua, estoy seguro que nos precipitariamos al torrente, sin mayor vacilación, para calmar nuestra sed como si fuera la primera vez que bebemos agua en nuestra vida. Suponiendo que esto nos ocurriera alguna vez, quizás no falte, en nuestra expedición, alguna persona educada, fina y espiritual ella, que nos exhorte a beber utilizando un vasito pequeño o, lo que es peor, una cucharadita del desayuno. Y es que el mundo esta lleno de gente tan sumamente espiritual y fina que parecen haberse desligado totalmente de los impulsos zoológicos que nos caracterizan como pertenecientes al reino animal.
Estamos de acuerdo en que hay que ser comedido en nuestros entusiasmos sensuales, que no es de buen tono eructar ostensiblemente en la cara del prójimo. En definitiva, que hay que procurar no serle desagradable. Lo malo es que muchas veces se confunde el no desagradar a los demás con el no querer que ciertos remilgados se sientan ofendidos. Son estos ciertos remilgados que se dan aires de aristocrátas delicados e inapetentes quienes se permiten la osadía de darnos lecciones de buen estar e incluso de escribir algún que otro tratado de urbanidad- si yo fuera Papa de la Iglesia Católica, establecería una especie de índice de libros prohibidos en donde entrarían los libros de urbanidad, junto con los de autoayuda, los que tratan de cómo mejorar la relación de pareja y los que tratan de la perfecta educación para los hijos, más que nada por incitación a la bobaliconería y a la insulsez- . Estos ciertos remilgados a quienes les cuesta horrores decir la palabra "culo" y preferirían decir "la parte de detrás", con lo que cuesta pronunciar eso; quienes, para dar un beso en la mejilla, apenas la tocan con los labios como si les diera asco- beso de jet-set debería llamarse- ;quienes nos hablan con una voz de tan escaso volumen que parecen querer solicitar de nuestra benevolencia la absolución de sus pecados, de tal manera parecen estar en algún confesionario descargando su conciencia; y quienes, cuando ven una película en la que alguien se pincha accidentalmente con una aguja en la yema del dedo, salen horrorizados de la sala de proyecciones comentando que lo que han visto es demasiado sangriento para ellos. Incapaces de soltar una carcajada franca y abierta, cuando alguien hace algún comentario cojoso, dejan escapar una especie de risilla flojona, desganada y de compromiso como queriendo condescender con nuestra humanidad, pobres seres carnales y perecederos que somos, en la creencia de que ellos están más allá de las turbulencias que a todos nos asaltan alguna que otra vez. Eso es lo que ocurre a estos pobres diablos.
A nivel personal puede que conozcamos a más de uno con tales características. Seamos comprensivos, no los persigamos. Ellos también sufren, tienen una constitución demasiado frágil para no parecerles demasiado violento el impulso vital, esa especie de imán hecho de nuestras pasiones y alegrías terrenales que nos atrae hacia el mundo de aquí abajo y que nos impide, por más que elevemos el espíritu, el querer vivir en un mundo intangible y fantasmal no sin antes desprenderse de la propia carnalidad cual camisa sudada, como si el hecho indiscutible de que somos nuestro cuerpo no fuera tal hecho y, prentendiéramos, equivocadamente, que, simplemente, es algo que poseemos y que no es más que el vehículo para expresar nuestra propia personalidad espiritual. Personalidad que, de no existir esta humilde arcilla de que estamos modelados ni de existir nuestros modestos sentidos corporales, la vista que nos abre al mundo, el oído que nos permite los placeres de la música y dejarnos llevar por el ritmo, los placeres del olfato, del gusto, del tacto... no sé en qué mundo podría vivir ni qué cosas podría percibir.

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Talla del siglo XVIII; de mano del escultor napolitano, Nicolas Fumo

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