domingo, junio 18, 2006

La moda consiste en que algún idiota se tiñe el pelo de verde y, a continuación, una legión de, digamos, veinte millones de idiotas, lo imita. Si me preguntan por qué he empezado esta especie de soflama con una frase conteniendo un adjetivo descalificativo cuando, en mi anterior presentación, había prohibido el insulto en mi blog, les diré, primero, que no se trata de un insulto dirigido contra nadie concreto y, segundo, que la calificación, en este caso, descalificación, está más que justificada.
Cuando era un adolescente despreocupado, solía tener en demasiada estima lo que, sin duda, de una manera irresponsable y con un grado de flojera mental digna del que es incapaz de comprender que la derecha e izquierda de un río se sitúan según desde qué orilla miremos, los tontos llaman originalidad. ¿O es que acaso para afirmar mi personalidad tengo que hacerme el interesante con esta o la otra extravagancia a cual más superflua? Una cosa es que piense por mí mismo y no quiera seguir el dictamen general y otra cosa es que quiera hacerme notar por el pueril capricho de hacerme notar. Ahí tenemos, ahora que llega el verano, la inveterada costumbre de tostarse al sol para ponerse moreno, hábito no menos idiota que el de blanquearse la piel cuando se consideraba la piel blanca como prototipo de belleza. En esto de las modas estéticas es donde más se percibe el espíritu borreguil. Antaño se alababa la piel extremadamente blanca aunque fuera una piel enfermiza, que no recibía ni el sol ni el aire y, desde que a una actriz francesa se le ocurrió invertir el canon, tenemos, un verano sí y otro también, a una legión de gozosos san lorenzos y gozosas santas lorenzas puestos en la barbacoa para oscurecerse y que luego les digan qué moreno te has puesto aunque tengan la piel más reseca que una mojama. Ahí tenemos, también, la tendencia a la reducción del trasero femenino que contrasta con la costumbre de hace unos siglos de exagerarlo desproporcionadamente mediante el uso del polisón. Por si alguien no lo sabe, la palabra “polisón” viene del francés “polisson” que significa algo así como pillín, granujilla, picarón porque los hombres, aparte de valorar en la mujer su inteligencia y su simpatía también sabemos apreciar... pues eso.
La cuestión de porqué algunas extravagancias se convierten en lo más normal del mundo y otras no pasan de simples salidas de tono, tiene que ver con la mente del primer iluminado. Si a cualquier hijo de vecino se le ocurriera salir a la calle vestido con un zapato en un pie y una zapatilla deportiva en el otro, tendríamos, a pocos pasos, a unas cuantas personas girando el dedo índice sobre la sien; pero basta con que sea un cantante de masas, un afamado actor o, incluso, un político nacionalista, para que, a la larga, se convierta en una costumbre establecida en el limbo de la banalidad. Porque, esa es otra, lo que al principio, se toma como algo moderno, original y juvenil termina convirtiéndose en algo que se da por supuesto hasta que al director de orquesta se le ocurre cambiar el ritmo y hacernos bailar una polka cuando, hace poco, estábamos bailando un vals. Así, podemos encontrar gente que desprecia esta película, aquella novela o esa canción por el simple hecho de estar pasadas de moda y que las vuelven a apreciar cuando dejan de estarlo, como si una canción o una película o una novela no pudieran emocionar o divertir a más de una generación y como si no bastasen nuestro criterio o nuestras propias ganas para tomarlas, dejarlas y volverlas a tomar según se nos antoje. Solemos dejar guiarnos en nuestras preferencias por unos cuantos sonados y así nos va.

1 comentario:

César dijo...

Verdaderamente, el borreguismo estético es un mal como cualquier otro tipo de borreguismo. Por ejemplo, el ideológico, el de quien es incapaz de abstraerse de la mentalidad de su círculo social y formarse un criterio propio, que es bastante más dañino.
Ahora bien, del mismo modo en que puede haber personas que hayan elegido una opción ideológica por puro convencimiento y no por inercia, las hay que eligen su estética después de haber reflexionado sobre sus gustos. Y el problema de llamar idiota a cualquiera echándole un somero vistazo es que siempre podemos equivocarnos porque se trata, sin duda, de un prejuicio.

César Noragueda


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